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martes, 26 de mayo de 2015

Vaciar la mente



  Cuentan que un estudioso, fue de visita a la casa de un maestro Zen. Al llegar se presentó a éste, contándole  todos los títulos y aprendizajes que había obtenido en años de sacrificados y largos estudios.
 Después de tan sesuda presentación, le explicó que había venido a verlo para que le enseñara los secretos del conocimiento Zen.
Por toda respuesta el maestro se limitó a invitarlo a sentarse y a ofrecerle una taza de té.
Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro vertió té en la taza del guerrero, y continuó vertiendo té aún después de que la taza estuviera llena.
Consternado, el estudioso le advirtió al maestro que la taza ya estba llena, y que el té se escurría por la mesa.
 El maestro le respondió con tranquilidad “Exactamente señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría usted aprender algo?
Ante la expresión incrédula del
estudioso el maestro enfatizó: “A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada. Así que despréndase de sus creencias y de sus ideas preconcebidas. Deje la mente vacía”


 Así como sucede en el cuento 
. Cuando la mente está vacía puede aprender nuevas cosas y desde esa vacuidad es más fácil centrarse. Una mente atiborrada de ideas y conocimientos se colapsa y aunque parezca un contrasentido, lo único que puede hacer es repetir patrones. Para ser creativos se necesitan experiencias reales, vividas, oídas, tocadas, olidas y degustadas. Es en ese estar en el mundo en dónde podemos sorprendernos, interesarnos, sentir la necesidad de introducir cambios. Si sólo vives dentro de tu cabeza, acumulando información, no necesitas cambiar nada.
Es dejar que nuestro cerebro haga lo que mejor sabe hacer que es clasificar toda esa información, eliminar lo accesorio y procesar lo importante. Pero no desde lo racional, sino desde procesos inconscientes en los que confiamos que nuestra intuición es tan válida como nuestra razón e incluso más.
Por eso, para hacer cambios, para pensar creativamente, para variar nuestros hábitos, hemos de atrevernos a soltar. Hay que tener el valor de vaciar la mente, de soltar ideas preconcebidas, creencias, prejuicios, juicios y todo aquello que nos aleje del momento presente. Y finalmente hay que soltar el Yo. El paso más difícil pero también el más gratificante. Porque una vez lo has soltado todo, cuando ya no hay nada a lo que aferrarse, de repente en ese vacío te encuentras a ti mismo. Y descubres que todo lo que querías ser ya lo eres, lo que querías tener ya lo tienes y que la vida se vive a cada instante, desde cada centímetro de tu cuerpo. Y entonces, sólo entonces, pones a la mente en el lugar que le corresponde. A tu servicio.



                                                     

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